19 de junio de 2025

Las lágrimas que caben en un pote de dulce de leche



En Cuba le decimos fanguito al dulce de leche, ese pecado vuelto canción, un lugar del que no se vuelve. Si a Ulises aquella maga le hubiera dado dulce de leche en vez de ambrosía, el héroe nunca hubiera vuelto a su patria. Lo pruebas y quedas convencido de la grandeza de Argentina. Al que se le ocurrió es tan genio como Favaloro, yo le diera una medalla y un abrazo de topármelo por ahí, porque el dulce de leche es un canto a la libertad de elegir, eso que cada vez nos niegan más.

Uno sabe que no debe comerlo pues tiene más calorías que un turrón de azúcar, sin embargo también sabe que va a resbalar por tu garganta y la va llenar de un efluvio suave muy parecido al amor. Despreciarlo te hace un ente raro, casi un marciano. Ojo, sé que en otros lares también hay una receta parecida, muchas de alta prosapia, por ejemplo en Francia se dice que la creó un cocinero de Napoleón al que se le quedó una olla al fuego, pero estoy seguro que esa leche quemada difiere bastante de nuestro manjar argentino. El nuestro es mejor, lo afirmo con pleno conocimiento de causa.

No es todo el argentino que se atreve a tener un dulce de leche en el refrigerador, algunos le huyen, o solo lo consumen en casos puntuales cuando tienen ganas de llorar por amores desairados o por derrotas de su equipo de fútbol, entonces arrebujados en una manta a cuadros, abren el pote y con una cuchara sopera empiezan a dar buena cuenta del maná celestial. La cantidad que consuman depende en grado sumo del grado de desesperación o tristeza. Una gran desilusión amorosa se puede medir en un pote de dulce de leche entero, la derrota de tu equipo en un clásico lleva más o menos un cuarto de pote.

Otros “argentos” son más felices y con más capacidad de contención, esos son capaces de tener un pote de dulce de leche en la heladera sin sentirse obligados a dar cuenta del manjar, aunque su cita los deje colgados. Dicen “ya fue” y se dedican a otra cosa.

Hasta a las mascotas les encanta el dulce de leche, he visto gatos en Vicente López, a la orilla del río, pasar con los bigotes brillantes y he visto perros sentados juntos a sus amos compartiendo galletitas con dulce de leche. Mientras los humanos comparten un mate que mide horas vanas, los ojos de esos cachorros parecen brillar con una luz diáfana. Es lindo pasearse por los supermercados y ver las góndolas repletas de tarros de dulce de leche, hace que nos sintamos felices, convencidos de que hay cosas que no cambian, remitidos a ese tiempo en que no contábamos las calorías, ni los triglicéridos, no nos preocupaba el colesterol y la felicidad parecía caber en lo dulce. ¿Éramos más felices?, lo dudo, pero siempre es bueno recordar décadas pasadas.

Leí una vez que la chocotorta argentina ganó el premio al “mejor postre del mundo mundial”, supongo que gran parte del mérito se lo debe al socorrido dulce de leche, tan simple y cálido a la vez.



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