Es psicoanalista y se define como viajero y aventurero. Néstor Givré envió y publicamos varias veces sus relatos en Viajes, en la antigua sección «El viaje del lector».
Dice Néstor que cada vez que le preguntan cuántos países conoce, duda, no tiene una cifra precisa para dar. “Estuve en países que cuando los visité eran uno solo y ahora son más de uno, o a la inversa; o en estados autónomos, pero no soberanos”.
Si hay algo que tiene claro es que visitó más de 100 países (además de destinos dentro de la Argentina): los archiconocidos y los menos visitados; los cercanos y los más lejanos; los destinos con viajes de organización sencilla y los que requieren de mucha planificación previa..
Dice también que su pasión por conocer el mundo empezó desde chico, cuando su papá le regaló un atlas. Miraba los mapas y se imaginaba adentrándose en muchos de esos lugares.
Uno de sus primeros viajes fue en un barco de pasajeros por el Amazonas. El último, Monte Athos, un destino muy particular.
Un lugar al que es muy difícil acceder: el Monte Athos
El Monte Athos es un territorio autónomo. Está dentro de Grecia, en el norte, pero tiene sus propias normas, y para entrar se necesita un permiso de ingreso o visa. Tiene más de mil años y es considerado un lugar sagrado para los cristianos ortodoxos.
Si bien es parte de una península, el acceso se puede concretar solo por barco, lo que lo hace más peculiar todavía: es una lugar montañoso, escarpado y rodeado por el azul intenso del mar Egeo.
Allí hay 20 inmensos monasterios ortodoxos en los que habitan monjes, todos ellos abocados a sus cultos.
Néstor viajó a fines de marzo pasado, con el comienzo de la primavera, cuando pudo disfrutar de un entorno muy verde, con muchos árboles.
“Acceder al Monte Athos es realmente toda una tarea, y es difícil. No sólo no es sencillo llegar, sino, sobre todo, no es fácil ingresar”, explica Néstor.
“Ante todo, sólo pueden entrar hombres; el acceso a las mujeres está vedado. Cada día sólo pueden ingresar 120 personas (110 ortodoxos y sólo 10 no ortodoxos, que ese era mi caso). Se requiere una visa (llamada diamonitron) que cuesta 30 euros. El máximo que uno puede quedarse son 7 días de estadía para los ortodoxos y 3 días para los no ortodoxos”, dice Néstor.
Y acá hay que aclarar: la prohibición de mujeres en el territorio se extiende a todo animal hembra… excepto gatas.
Empezó a tramitar su permiso de ingreso exactamente 3 meses antes de la fecha de ingreso, con un mail en el que fundamentaba los motivos por los que solicitaba el permiso de ingreso. ¡Y tuvo suerte!
Llegar también fue parte de la aventura.
“De Tesalónica (Grecia) hay que tomar un bus, unas 3 horas hasta una pequeña villa turística llamada Ouranópolis. En ese lugar se obtiene la visa y se pernocta. Luego hay que tomar un barco para hacer un viaje de casi 3 horas hasta Dafni, el puerto del Monte Athos. De allí un minibús hasta la única pequeña villa, Karyes, y luego otro transporte hasta el monasterio”, cuenta.
Alojamiento y comida en Monte Athos
Los monasterios funcionan también como alojamiento -habitaciones grupales con otros peregrinos o individuales- que resultaron “sumamente confortables, con calefacción y máquinas de café donde servirse gratis”.
A la hora de comer, el ambiente es muy religioso, dice Néstor. En la mesa había jugo de uva, agua, papas, lechuga, pan negro, guisos, aceitunas y, al final, unos frutos secos.
Interesante: la comida se basa en los cultivos de las tierras labradas por los mismos monjes.
“Tanto monjes como peregrinos (así se llama a los visitantes) comíamos en inmensos comedores. Nos sentábamos a lo largo de inmensas mesas, en unas los monjes y en otras, los peregrinos. Los platos y vasos eran metálicos», recuerda Néstor.
Y agrega: «Mientras comíamos, un monje rezaba y leía sus oraciones en griego; por eso se solicitaba permanecer en silencio durante todo el tiempo en que se comía”.
Los monjes van vestidos de negro, con largas barbas blancas y una especie de sombrero, también negro.
“Estuve 3 días y 2 noches y me alojé en dos monasterios: Vatopedi e Iviron. Los monasterios son inmensos y muy bellos, están construidos en piedra y madera. Son como un conjunto de edificios de unos cuatro pisos, inclusive con ascensor, en los que viven tanto los monjes como los visitantes. Además, están situados en un enclave paisajístico encantador, entre montañas, mar azul y mucho verde. Dentro de los monasterios hay senderos con muchos árboles frutales”, cuenta el viajero.
¿Por qué viajar a Monte Athos?
Por varias razones para Néstor, esencialmente por la posibilidad de acercarse a una cultura que percibe como «muy diferente».
«Me cautivaba sentir que estaba como en la Edad Media. Nadie me obligaba a asistir a los actos litúrgicos, pero aunque no soy religioso, no me perdí ninguno; inclusive fui al de las 4 de la mañana. No hablo griego y lo que decían, al no atribuirle significado alguno, me resonaba como una música que se repetía. Estar entre esas velas, con monjes de negro y lugares pequeños, tenía como un efecto hipnotizador. Se alternaba con cantos y notas pedales que acentuaban esa atmósfera”.
Durante su breve estadía, Néstor se encontró con dos viajeros como él, no ortodoxos: un joven español, profesor de historia griega -ideal porque sabía mucho sobre las tradiciones propias de los ortodoxos- y un viajero francés.
Destinos poco conocidos o una relación diferente con el lugar
Para Néstor, no se trata de enumerar lugares que pueden ser más o menos conocidos, sino de las experiencias o de cómo uno se relaciona con ese lugar, con la gente, con la cultura.
“Recuerdo vívidamente jugar con niños himbas en Namibia, o andar en bicicleta entre cientos de templos en Bagan (Myanmar), o encontrarme caminando de madrugada junto con miles de fieles coptos vestidos de blanco en Etiopía, caminar entre terrazas de arroz en Batad (Filipinas), participar de rituales mayas en Guatemala, o alcanzar la montaña Kazbegi en Georgia. Son experiencias que nos construyen”.
De Argentina dice que le falta conocer Cueva de las Manos, a donde planea ir este verano.
Pero antes, su próximo viaje: Fiyi y Samoa, en el océano Pacífico.
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